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ISSN 1989-4163

NUMERO 31 - MARZO 2012

La Ropa Interior de Mamá

Rosa Mª Ortega

    Qué lástima no estar montada en el dólar...me podría permitir un conjunto de lencería precioso que vi esta mañana en un escaparate, pero está visto que no puedo gastarme lo que cuesta. Una ofensa de pares de narices. Y sí, me he visto tentada de entrar y decirle a la señora tras el mostrador: “Oiga, qué morro tiene si pretende vender esas braguitas al precio que marcan... Eso es lo que ha hecho: marcar el precio. Porque vender, lo que se dice vender...ya veremos si las vende...” Vamos, hombre...¡Hay que pedir un préstamo! Y están los Bancos como para cosas de esa envergadura...Y yo como para pedir un préstamo para bragas... Pero en lugar de eso, me he quedado mirando el escaparate sólo cinco segundos y luego he pasado de largo. Y me ha dado por recordar la infancia, cuando las bragas te importan tres pitos de silbar, porque te las compra tu madre de cualquier manera, en paquetes de doce, y no tienes que hacer guarradas con ningún niño que te provoque enseñarlas y decir: “¿Te gustan? ¡Pues he pedido un préstamo para comprarlas, chaval!” Claro, eso si no hubo algún niño que sí te dijo alguna vez: “¿Te levantas la falda y me enseñas las bragas?” Total, que me ha venido a la mente aquella ocasión en que me vi, sentada, con 9 años, en una silla de mimbre, mirando a una señora culona que estaba comprándose bragas kilométricas, mientras preguntaba a mi madre cada 10 segundos: “Mami, ¿nos toca ya?” Pero la señora no se decidía. Y yo venga a mirar las bragas. Y venga a mirar a la señora. Y así un rato. Y moviendo la pierna todo el tiempo, porque las niñas mueven mucho las piernas en señal de “me aburro, y le voy a dar una patada a alguien si no solucionamos en breve mi aburrimiento”.

    Aquel día fue decisivo en toda mi etapa pueril. Doy fe de que aprendí a ejercitar la memoria visual en una mercería. Desde entonces, aquella tipa culona aparecía al doblar la esquina o en el súper...y cada vez que la veía, tiraba del brazo a mi madre y le decía: “Mira, mami, la señora de las bragas”. Pero mi madre no tomó nunca en serio mi buena memoria. Se limitaba a cogerme la mano y a arrastrarme pasillo abajo de los productos de impieza: “venga, nena, hay que comprar detergente”. Para lavar las bragas, claro – pensaba yo. Lo de mi madre es asunto serio, de verdad. Jo, nunca me creía absolutamente en nada. Una vez vi una bicicleta pedaleando sola, no había nadie sobre el sillín. Suerte que es el único fenómeno paranormal que he presenciado en toda mi vida, pero el susto ya me dio para tirarle de la pernera del pantalón: “Mamá, esa bici va sola”. Y ella seguía dale que te pego a la sin hueso con una vecina. Ni siquiera miró en dirección a la bici, así es que no la vio, ni con sillín ni sin él, ni ná de ná. Se le quitaban a una las ganas de llamar la atención, en serio. Así es que empecé a relegar el protagonismo a mi madre, que me salía más a cuenta. Y hasta hoy, que ha ido a la peluquería y se ha pasado 3 horas. Luego vuelve y te pregunta: “¿Nena, te gusta cómo me lo han dejado?” Y yo le digo que sí, pero la verdad es que la veo completamente igual que antes de meterse bajo el secador peluquero. Mi madre lleva el pelo muy corto desde hace años, y va teñida de rubio, así es que no hay cambio que valga. La mires por donde la mires, siempre se la ve igual. Pero yo le digo que se lo han dejado estupendo esta vez, en parte como agradecimiento porque me sigue llamando “nena” cuando estoy rozando los cuarenta.

    Al salir de la peluquería, se ha dado una vuelta por el mercadillo y se ha comprado una blusa. Y me pregunta: “¿Te gusta?” “Claro, mamá”. “Pues es del DoquiCabana” –me dice- porque es lo que pone la etiqueta. Ella cree que Dolce & Gabbana presentan su colección de primavera verano en Cibeles y luego salen de allí cagando leches en una furgoneta blanca a vender sus prendas en el mercadillo. Mi madre no tiene que pedir ningún préstamo para comprar bragas, ni blusas, ni ná de ná. Qué lista es. La quiero más...Si dejamos de lado que es un poco tremendista, es el no va más. Lo que pasa es que siempre piensa que se va a acabar el mundo, y este año, con la predicción Maya, no quieras saber sus estrategias para meterse en un búnker... De momento, se ha provisto el zapatero de quince pares de pantuflas para pasar los inviernos venideros con los pies calentitos en casa, porque estaban de rebaja y había que aprovechar el momento. Sólo que no ha caído en la cuenta de que, si el mundo se va a la mierda, tampoco se va a pasar los próximos quince inviernos en pantuflas búnker p’arriba búnker p’abajo, no? Digo yo, no sé... O sí, porque lo bueno que tiene mi madre es que le gusta hacer deporte. Cada día camina una hora, y luego nada en la piscina. Se mueve cosa mala esta mujer. Claro, por eso luego se extraña muchísimo de que la gente vaya a la tele a hacer cosas tontas, tratándose de gente lista. Por ejemplo, el otro día estaba viendo uno de esos concursos en los que, cuando no respondes correctamente a la pregunta y pierdes, se abre el suelo bajo tus pies y caes literalmente eliminado. Pues mi madre no daba crédito: “Desde luego, hay que ver..la gente...qué pocas luces...médicos, arquitectos, abogados...no tendrán otra cosa que hacer, que van a un concurso a caerse... Más les valdría gastarse las perras en un conjunto de lencería, que en el mercadillo hay unos más majos del DoquiCabana...” Y claro, en esas iba yo pensando cuando lo vi. Qué lástima no estar montada en el dólar...me podría permitir un conjunto de lencería precioso que vi esta mañana en un escaparate, pero está visto que no puedo gastarme lo que cuesta. Una ofensa de pares de narices...

 

Mario Testino

 

 

 

 

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